Es difícil explicar por qué nos gusta tanto el MTB. Esfuerzo colectivo, afán de superación, contacto con la naturaleza, compañerismo … En el caso de la Paracuellos-Cercedilla de cada año, a todo eso hay que sumarle la suculenta comida con la que nos homenajeamos al llegar al destino, y en la ue empiezas a pensar ya desde los primeros kilómetros (siendo tu único pensamiento en los últimos y muy empinados). Con esa base, nos disponíamos a empezar la jornada los nueve compañeros del club a los que las apocalípticas previsiones del tiempo no habían conseguido disuadir. A la lista de razones que explican lo del MTB, nosotros sumamos la inconsciencia.
Empezamos la ruta con las primeras luces un poco más tarde de las 7:30, porque intuíamos que no íbamos a batir records de velocidad con las condiciones que nos esperaban. Había terminado ya la noche india en época de monzones, pero sorprendetemente y contrapronóstico, no llovía. El viento era moderado, lo que nos hizo dudar de si realmente estábamos en Paracuellos. Así que empezamos sin más dilación, tratando de ganarle la carrera a las oscuras nubes amenazantes. La primera bajada al río ya sentaba las bases: húmeda, resbaladiza, pestosa y llena de barro (esta sería la constante de la ruta).
El recorrido había sido diseñado por nuesto MasterTracker Villy para ayudarnos a soslayar zonas intransitables, y resultó ser bastante adecuado. La primera subida a la Dehesa Boyal la hicimos por la alternativa de pista, pues no estaba el horno para senderos embarrados de subida todavía. La prudencia nos recomendaba ir avituallando con regularidad, pero en nuestra carrera con el tiempo lo retrasamos hasta la zona de Tres Cantos, en donde tenemos que buscar refugio bajo la pasarela para protegernos de las primeras gotas y enfundarnos los chubasqueros. Hasta ahora lo damos por bueno.
Tras el refrigerio, nos encaminamos por el carril bici hacia Colmenar, comprobando que a muchos ciclistas tampoco les han amilanado las previsiones, así que lo abandonamos a la altura del hotel para dirigirnos hacia opción A (La Marmota), opción B (seguir la tapia y subir a Colmenar) y opción C (vadear el río). La voz de la experiencia de Pedro nos dice que igual el río está un poco crecido, pero nosotros estamos más crecidos todavía y decimos: ¿no queríamos épica? pues a por ello. No tardaríamos en arrepentirnos de la decisión …
Llegamos al primer vadeo y recordamos con candidez cómo decidimos todos cruzar el arroyo de las Zorreras utilizando los pivotes para no perder lubricación de la cadena. ¡Madre mía, si esto son los rápidos del Colorado! Con puntos de medio metro de agua, cogemos velocidad y lo vadeamos como podemos. Las zapatillas de invierno han resistido malamente el primer embate, pero claudicarán en los siguientes vadeos en los que se va complicando la cosa (en alguno divisamos cocodrilos y algún hipopótamo). También claudica el sentido del equilibrio de algunos, que nos lleva a chocarnos en mitad del vadeo y a casi darnos el remojón. Pero el premio se lo lleva un compañero que, sin chocar con nadie, se sumerge casi totalmente para comprobar si su móvil realmente resiste el agua tanto como le han dicho. Por fortuna, todos reaccionamos como un solo hombre .. para reirnos (en nuestro descargo, en ningún momento peligró su integridad física, pero cabrones somos un rato). Haciendo un ejercicio de pundonor a los que ya nos tiene acostumbrados, seguirá la ruta como si nada. El resto seguimos con los pies empapados pero con los vadeos superados.
Llegamos a Colmenar, y ahí sí se cumplen los pronósticos y empieza a llover con cierta fuerza. Por fortuna, no durará mucho y nos dejará disfrutar la bajada senderil hasta el puente medieval del Batán, donde aprovecharemos para avituallar de nuevo y cambiar nuestros calcetines, lo que nos da bastante la vida. Tras la parada (en la que el puente apenas nos cobija de la lluvia intermitente), afrontamos la subida eterna y pestosa hacia Mataelpino, donde el terreno mojado añade un plus de desnivel. En el puente se ha juntado con nosotros un ciclista que lleva un yerro de 26 y una mochila con capa que le hace parecer Quasimodo, ¡pero cómo le pega el jodío! Vamos, que nos deja atrás a todos con nuestras excelsas máquinas de carbono de última generación.
Al final de la subida, en un momento de incertidumbre, el grupo se parte y tiramos por dos caminos diferentes para volver a encontrarnos en el parking de la Chopera, donde el río Samburiel se había desbordado hasta parecer un lago. Por suerte, ambos caminos estaban transitables, aunque uno de ellos guardaba trampas que hizo que alguno peligrara. Cruzamos la carretera y empezamos con algunas rampas que ya auncian lo que nos espera. Aún disffrutaremos del llano que nos lleva hasta la ermita de San Isidro, donde avituallaremos por última vez y tiraremos de nuestros geles más radiactivos, pues se acabaron las bromas. Nos espera la subida a Mataelpino (con sus curvas endiabladas), adonde llegamos y nos mezlamos en la meta con los corredores de una trail que están celebrando hoy (lo cual demuestra que no somos los más inconscientes de la zona).
Vamos ya hacia Navacerrada, en donde hará acto de presencia primero algo parecido al granizo y después nieve. ¡Que no nos falte de ná! Con esa presencia de ánimo, nos metemos en el bosque que nos ofrece las últimas y muy duras rampas que, por suerte, no están nevadas, aunque igualmente nos fuerzan a echar pie a tierra en la última de ellas por las condiciones del terreno … y de nuestras piernas. Pero superado eso, ya salimos del bosque y afrontamos la última bajada hacia Cercedilla por un sendero con mucho flow, y llegamos sin novedad. Este año no hay sorpresa final y bajamos a los Molinos por carretera para poder llegar a tiempo a la comida, que era de lo que se trataba todo esto :-).
En el parking del restaurante cargamos las bicis en los coches y nos cambiamos (pasando más frio que en todo el resto del recorrido). Este año, el clima no recomendaba la tradicional vuelta en tren y habíamos dejado los coches allí la noche de antes, por lo que la comida fue más distendida de lo normal. Fin del recorrido, felicidad en los estómagos y en los rostros.